miércoles, 27 de octubre de 2010

¡Quién me lo iba a decir!

Este cuento lo encontré por ahí y se lo quiero dedicar a una personita que anda preocupada últimamente con su abuela. Mucho ánimo y mucha fuerza, pero sobre todo disfruta de tu tiempo con ella.

Érase una vez una pequeña ciudad en donde la gente tenía pies y cabeza; allí vivía Marina con sus padres y su abuela que la quería mucho porque ella la había criado: le había dado alimento, entretenido y principalmente, le había enseñado muchas cosas.

Marina era guapa, cordial y buena alumna. Tenía sus amigas con las que jugaba algunas veces. Digo algunas veces porque Marina, como todas las niñas y niños, tenía una amiga íntima, aquella a quien le contaba todo, era …su abuela. Sí, ¡cuánto había jugado de pequeña!

A Marina le gustaba contar a su abuela todo lo que pasaba en el colegio y en la calle, puesto que ella ya no podía salir como antes; de esta manera se hacían compañía mutuamente, mientras la abuela zurcía los calcetines y doblaba la ropa.

Pero, un día la abuela descubrió que no veía lo suficiente para enhebrar las agujas de coser. Marina se dio cuenta en seguida y para dar ánimo a la abuelita le enhebraba las agujas con mucho ahínco y le hacía más compañía que nunca.

Este suceso unió aún más a las dos. De tal manera que Marina casi no salía con las amigas.

Los padres de la niña decidieron que aquella situación no podía continuar y después de recorrer muchas tiendas y mercados encontraron una máquina, un invento pequeño que enhebraba las agujas. La compraron y, muy satisfechos se la regalaron a la abuela.

De esta manera la niña estaría más libre para salir con las amigas, y la abuela podría pasar las horas zurciendo y zurciendo… ¡comentaban los padres!

Pasadas algunas semanas la máquina se perdió y mientras la buscaban, Marina volvió a ayudar a su abuela, ésta cambió la cara y se puso muy alegre porque volvían a hablar y a estar juntas.

Como no se encontró la máquina, un buen día la madre compró otra máquina de enhebrar y Marina tuvo que volver a salir con sus amigas. Al poco tiempo se volvió a perder la máquina y por tercera vez, la madre de Marina compró otra.

Una tarde mientras hablaban, Marina vio que su abuela estaba muy callada y tenía los ojos llorosos.

-          “¿Qué le pasa, abuelita?”
-          “Marina- dijo la abuela cogiéndole las manos- ¡Podrías perdonarme? He sido muy egoísta… verás… esta vez la máquina de enhebrar no se ha perdido, yo la eché a la basura. Lo hice para no perder tu compañía. ¡Te quiero tanto!”

-          “¡Abuela! –dijo Marina abrazándola- ¡Yo también te quiero mucho! Quiero que sepas que la segunda  máquina tampoco se perdió, yo la eché a la papelera del colegio”.

La abuela muy sorprendida, acariciaba a su nieta, mientras Marina, pensaba contárselo todo a sus padres y hacer lo imposible para que comprendieran que ella era más feliz junto a la abuela que saliendo con sus amigas. Amigas, siempre tendría, pero de abuela quizás le quedaba poco tiempo y quería aprovecharlo al máximo.

domingo, 24 de octubre de 2010

El tren de la vida

Se encontraba parada en el andén de la estación, con las maletas en las manos. Estaba aturdida por el camino que había recorrido en el tren, había sido un trayecto muy largo, con muchas paradas. Siempre le había encantado montar en tren con gente que apreciaba.

En aquel momento al bajar del tren recordó aquella primera vez que montó en el AVE, esa sensación de velocidad por la que creía que podría ganar al tiempo en su diadelo interminable. Pero era una utopía al tiempo no hay quien le gane, cuanto más terreno crees haberle ganado más tempo has perdido. Pero ella sabía que el tiempo tampoco era importante.

Miró a ambos lados del andén y allí encontró sus ojos verdes clavados en ella, con aquella sonrisa inconfundible. El brillo de su mirada le trajo a la mente la primera vez que se cruzaron sus miradas. Un tierno beso en la mejilla que le trasladó a la primera puesta de sol, juntos en aquella enorme roca viendo como el día dejaba paso a la oscuridad, resistiéndose con su juego de luces.

Lo importante de los trenes no es el destino, es decidirse a subir a ellos.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Pequeños tesoros de Salamanca

Un gran tesoro y un gran descubrimiento.

Mil veces y sólo cuando te conocí

Exposición en Fonseca (L.R. Marín)
Cosas de casualidad, llenan cuerpo y mente.

Una noche especial, por compartir.


domingo, 3 de octubre de 2010

Elegir un camino

Elegir un sendero sin saber a dónde te llevará es una sensación de angustia contante que te oprime hasta dejarte sin respiración.

Este año he tomado grandes decisiones que me llevan quizás a buen puerto o también puede ser que me quede en alta mar a la deriva. Tuve en mis manos la posibilidad de cambiar Salamanca por Málaga, pero al final decidí quedarme. También poseí la posibilidad de quedarme a trabajar en Villanueva y también decidí permanecer en Salamanca.

Es extraño que la primera vez que vine aquí, un solo día para traer a mi hermano, me fui diciendo que esta ciudad era un agobio y que no soportaría vivir aquí. Dos años después esta ciudad me tiene embrujada, la gente, el ambiente y su belleza, me tienen atada de pies y manos.

Sin lugar a dudas con lo que me quedo de esta ciudad son las personas que he conocido en ella. Amigos y gente de verdad que hacer que vivir aquí merezca la pena. Gracias a todos.